lunes, 22 de marzo de 2010

El tiesto volador

Como contaba el otro día, crecí frente a Jefatura Superior de Policía, en Bilbao. Comenté en otra ocasión que mi experiencia con la madera ha sido significativamente mas positiva que con los picolos.

Era la época de la desintegración del GAL, y el bar pegado al portal de mi casa era frecuentado por Amedo y otros mandos de la policía. Le conocí el verano que le llevaron a la carcel, me invitó a un batido de fresa, porque como mi familia, se llevaba bien con el dueño del bar, Teo. Conocía de vista a la mayoría de los mandos por aquellas fechas, y en el verano del 92 me había quedado solito en casa una semana.

Como es de esperar, llamé a la cuadrilla para jugar un kinito a las dos de la tarde, a tequila y un licor de naranja que pasé muchos años sin probar. Cinco de la tarde, borrachos como cubas bailando Guns N´Roses. Claro, hacía calor en casa, terminamos en calzoncillos gritando y dando saltos en la terraza de mi casa. Enfrente, asombrados oficinistas y oficiales de policía nos debían de observar desde las ventanas de jefatura pensando que éramos unos colgados. De repente, se me cruzó la vena, y no se me ocurrió otra cosa que coger un tiesto y tirarlo a la acera de enfrente, me imagino que la frustración con los vecinos. Me agacho, y entro a casa corriendo pensando que nadie me habría visto.

A los 5 minutos, salimos a bailar otra vez, y veo que están las ventanas llenas de rostros, y un tipo muy serio gesticulando y diciendo algo a gritos, señalando a un teléfono que tenía en la mano. Quería que llamara a la policía. Les llamo, y me preguntan muy serios que cual es nuestra puerta, porque han llamado a todas y la que creen que es la nuestra por la música, no abren. Le digo cual es la puerta, y suena el timbre de bajo. Suben dos inspectores de policía. De repente, se me pasa la borrachera, grito a la cuadrilla que se vistan todos, escondan el alcohol, y que se hagan los sobrios, porque nos iban a meter un buen puro.

Llaman a la puerta, y entran dos inspectores muy serios, vestidos de paisano. Le preguntan a Igor que si nos hemos metido farlopa, y le contesta que no, que nosotros a lo tradicional oiga, con alcohol. Vuelven a llamar a la puerta, y no es otro que mi amigo David, que había llegado tarde a la fiesta, con una botella de ron en la mano. Ve a los inspectores, piensa que uno de ellos es mi padre y que nos han pillado infraganti, y le ofrece la botella de ron a los maderos.

En ese momento, uno de ellos me reconoce como el chaval que suele ir al bar de Teo y que su padre es capitán de la marina mercante. Había una foto de mi padre vestido de oficial en el salón. Me dice que tengamos cuidado. Que si hacemos una tontería así otra vez, cualquier madero novato que esté de guardia (uso sus propias palabras) lo mismo nos suelta una ráfaga con la metralleta. Me da unas palmaditas, borrón y cuenta nueva. Nos deja hasta que nos saquemos una foto con él y su compañero.

Cuando se fueron, me di cuenta de dos cosas entonces y una mas tarde. Primero, que fui un gilipollas por hacer lo que hice. Segundo, que me salvé de un buen puro tanto con la ley como con mis padres. Un par de años después, tras conocer a los picolos de Laga, me dí cuenta que me caían mejor los maderos. A los hechos me refiero.

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