sábado, 26 de diciembre de 2009

Boda en el desierto

Fui a una boda en un parque natural a una hora en coche de Las Vegas, Nevada, EEUU. El lugar era un desierto moteado de colinas y piedras de varias tonalidades de rojo, y de todos los tamaños, salpicados con matas aquí y allá. Evoqué durante la ceremonia las diferentes referencias del desierto… películas de vaqueros, donde les siguen los buitres cuando se aventuran en el desierto… el anuncio de televisión donde sale un esqueleto en el desierto con un walkman Sony, que claramente, sobrevivió a su desafortunado dueño... mas películas de vaqueros donde van a caballo y no hacen más que encontrar huesos de ganado que perecieron por no encontrar agua… o aquellas historietas sobre el Afrika Korps donde regimientos enteros perdían su vida por no encontrar un oasis o porque el agua que bebieron estaba envenenada…
¿Qué pasaría si se estropeaba el motor del autobús en el que vinimos los invitados? El desierto para mi es amenazador, no bello y admirable. Es algo que siempre he sentido instintivamente, y aquella boda no hizo mas que reforzarlo.

La casa de mis suegros lleva sitiada por la nieve una semana. Los copos caen manera casi constante, la nieve crece implacable, aunque esporádicamente la lluvia intenta mantenerla a ralla. Evoco historias de mis abuelos, que contaban que cuando hacía mucho frio y nevaba, los lobos bajaban de las montañas y se adentraban en los pueblos y las ciudades en manadas, muertos de hambre, atacando a lo que encontraban… de esas pelis de vaqueros (se conoce que vi unas cuantas de pequeño) donde algunos mueren congelados de pié, sentados, tumbados… o en las fotos de la batalla de Stalingrado
Cuando vi la nieve del aeropuerto a esta casa, pensé lo bonita que era. Hasta que me tocó salir a la calle un par de veces y perdió todo su atractivo con las frígidas rachas de viento y la helada agua me caló los zapatos… claramente, la nieve perdió su atractivo. Siempre he dicho que la nieve en las postales, y el hielo en mi copa…

La mar la respeto, pero no me da miedo, no, como me enseñaron los cuatro años de mi infancia a bordo de un barco mercante, con sus galernas y tormentas, diurnas y nocturnas... Me lo pasaba pipa en mi triciclo en el puente de mando, cuando las olas de 10 metros zarandeaban el barco, y el balancín me permitía moverme sin tener que pedalear… los años haciendo surf en Vizcaya, de día o de noche, trabajando de socorrista en Laida y Laga, o tirándome al mar desde el muelle de Elantxobe en Madalenas, o navegando por el Caribe en un barco de vela de 12 metros que no era mío, o en uno de 10 que si lo es… En la mar encuentro la paz, la fuerza, la felicidad… Y se que otros sienten por la mar lo que yo por la nieve o el desierto... aunque siguen sin gustarme las bodas en áridos desiertos…

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